El Cristo roto. Marcelo Rubio




El Cristo roto es una novela breve que narra la historia de un pueblo que quiere dejar de ser un punto más en el mapa y convertirse en un centro de peregrinación. Por tal motivo, se aguarda con ansias la llegada, desde Europa, del Cristo que concede milagros.
El Padre Braccelli y el Intendente están a cargo del asunto, pero es el religioso quien recibe la imagen y les comunica a todos que está rota.
El Intendente se ocupa de contratar a un restaurador de arte para solucionar el problema. Así es como llega Carlos Andrada al pueblo, quien intenta hacer un trabajo rápido pero se enfrenta a situaciones llenas de intrigas y secretos. 
Todos saben más de lo que dicen.

Alertado por los gritos, el perro se incorporó, dio dos ladridos y volvió a echarse. El Peluquero bajó la voz y dijo:
-No crea en todo lo que le digan.
Abrí los ojos y arqueé las cejas. El Peluquero se me acercó, olí su aliento a naftalina.
-Ya me oyó -dijo, y me guiñó un ojo-. Yo también soy de la Capital, ¿viste?

El cura y Andrada se encuentran a solas frente al Cristo, en ese momento Carlos descubre qué fue lo que pasó y qué había que reparar. Se ponen de acuerdo para llevarse cada uno parte del crédito, se hacen socios. 
Mientras tanto el tiempo en el pueblo queda suspendido, todo gira en torno a la reparación. 
El arreglo se resuelve casi en el final, y cuando empiezan a despejarse algunas dudas -no todas- llega la sorpresa. 

En esta novela, como también pasa en Lo que trae la niebla, que fue la primera del autorhay personajes fantásticos: el peluquero que se mete en todo, el dueño del bar rengo y con un cuchillo pegado a la mano porque no confía en nadie, la señora que limpia la mansión donde se aloja el restaurador, medio ciega y siempre a punto de confesar algo, los pueblerinos que demuestran devoción hacia Andrada ofreciéndole todo tipo de regalos y una joven viuda que resulta de lo más enigmática.
Mujeres y hombres que siempre están esperando que algo pase, que escapan de alguna situación o que viven con la fantasía de estar mejor. 
Todos ellos nos hacen cómplices de la historia, pero esto sucede gracias a la facilidad que tiene Marcelo Rubio para poner a sus lectores en clima.

-Le digo algo -dijo en tono confidente-. Si no fuera por el vino, muchos matrimonios durarían menos. -Advirtió mi gesto de asombro, se levantó de la silla y comentó con esa forma tan especial de marcar las eses: -El alcohol es un vicio permitido, una pantalla perfecta para disimular las miserias. Sí, tal como lo escucha. Los años que tengo encima no son gratis. Yo también supe beber y le aseguro que eso me ayudó.
Me quedé un instante pensando que la forma de hablar de esa mujer no encajaba con su tarea de mucama. ¿Cómo podía una matrona de campo discurrir con tanta elegancia?

Roland Barthes -perdón, lo tengo que citar, me da pie un guiño filosófico del final-, este escritor, semiólogo francés, entre otras profesiones, manifiesta en su obra El placer del texto que la literatura son letras que hay que juntar, que hay que ir leyendo para que el mundo cambie, para que a cada uno de nosotros le pase algo.

Mientras leí El Cristo roto fui otra habitante del pueblo, sentí el perfume de frutos dulces en el aire. Me emocioné, como su protagonista, sentada en el andén de una estación de trenes que agoniza en el olvido. 
Esa parte es como un cuento dentro de la novela, precioso y emotivo.

El tono nostálgico, mezclado con cierta picardía, en algunos pasajes del libro, me recuerda las anécdotas que me contaban mis abuelos o los vecinos del barrio, cuando era pequeña. 
Disfruté mucho la forma de usar poesía para describir situaciones de lo más cotidianas. "Las enredaderas se balanceaban con la brisa." "...entre los árboles se entretenían las luciérnagas." 


Marcelo Rubio nos regala una linda historia, breve pero contundente y nos deja con ganas de más. 
Como cada uno ve milagros donde quiere, estoy esperando que de un momento a otro, un suceso extraordinario me sorprenda, y aparezca en mi escritorio otra novela situada en un nuevo pueblito medio perdido. 
Es un deseo, pero bueno, hay un tiempo para todo.


El Cristo roto.
Marcelo Rubio


Tuve el honor de ser parte de la mesa que presentó este libro anoche, en Tano Cabrón. Junto a María Staudenmann que leyó algunas partes, y a Diego Ardiles.
Leí esta reseña, sin las citas.
Fue un enorme placer, gracias totales.

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