Oeste. Silvina Gruppo




Me gusta cuando un relato simple se convierte en una historia difícil de olvidar.
Oeste narra la vida de Elsa, quien luego de enviudar atraviesa distintas situaciones. La relación con la casa, con los hijos, con ella misma. El silencio, el tiempo libre, los recuerdos, no tener nada que hacer ni a quien rendir cuentas. Se permite vivir de otra manera: de a poco empieza a sentir la viudez como una liberación.


A pesar de la catarata continua de emociones, se te cierran los ojos, te vas a quedar dormida en cualquier momento y eso te hace sentir culpable. Perdoname, Horacio, pensás. Creés que le debés un poco de insomnio, que tendría que resultarte difícil encontrar posición para el descanso, pero no podés más, no tenés resto ni para la tristeza.


Silvina Gruppo utiliza dos voces para narrar el día a día de esta mujer mayor que vivía para atender a su marido y criar a sus hijos. A medida que iba leyendo recordaba a mis abuelos, los roles que cada uno tenía en su casa, era costumbre que mi abuelo le ordenara cosas a mi abuela y ella obedeciera. O que se pusiera nerviosa si no tenía la comida lista para cuando él volvía de trabajar. Muchos lectores sentirán familiares algunas descripciones porque forman parte de una época donde ciertos mandatos sociales eran normalizados por todos. 

En una entrevista, la autora dijo que esta novela "narra el patriarcado que las generaciones que nos anteceden toleraron sin darse cuenta".
Es inevitable sentir la falta de aire a medida que avanza la historia, sobre todo cuando Elsa acepta esa opresión. En la actualidad no hay forma de justificar ese trato. 
Al continuar la lectura, con el cambio de narrador -un gran acierto de Silvina al usar la segunda persona para hablarle a Elsa, como un murmullo de la conciencia-, llega el alivio. Hacer travesuras, pintarse las uñas en la cocina o dejar los platos sin lavar, es la forma en que la protagonista encuentra la libertad. 


Mandarina mejor no, le barrería todo el gusto de la salsa. Aunque no era una cosa de locos porque casi no tenía sal y la cebolla no estaba rehogada en aceite sino en agua, prefiere quedarse con ese sabor en la boca un rato más, hasta que se le diluya o se le vuelva amargo. No quiere comer mandarina, pero qué va a hacer con semejante cantidad: están ahí amontonadas en una fuente. Hay una que tiene una mancha más oscura, Elsa le imprime el dedo y la cáscara cede, está blanca y húmeda.


El final es conmovedor, toda una metáfora de la vida de esta abuela increible. Escuchemos a los viejos, es un buen deseo.
Creo que Elsa va a quedar en la memoria de todos los lectores. 


Oeste
Silvina Gruppo
Editorial Conejos 


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