Sugøkusë. Martín Sancia Kawamichi

"Tenés que leer a Sancia." 
Muchas personas me lo recomendaron, así que busqué alguno de sus títulos y me decidí por su última novela, Sugøkusë.
Martín Sancia Kawamichi dijo en una entrevista que deformó la palabra que va por título para que no parezca una novela japonesa, y se diferencie 8así de sus libros anteriores: Hotaru y Shunga.





Sugøkusë no es la típica novela.
Una escena central, los mismos personajes, en el mismo lugar.
Recordé la parte de Friends (serie de culto), cuando se juntaban en el sillón del bar a hablar, si bien las historias eran distintas cada vez, el ambiente y la forma se repetía.
En este libro pasa lo mismo pero en un tono muy distinto. El relato principal, más bien oscuro, se desarrolla en un mismo lugar, y convive con otras situaciones secundarias de los protagonistas.

El sol, esa tarde de mediados de marzo, había dejado de ser una chispa fría y era posible andar por la calle otra vez con la ropa de verano. La humedad empañaba las vidrieras; las calles y las veredas me hacían acordar a las manos sudorosas de mi tía Haydé. En días así, me era inevitable pensar en ella.
Hablaba con mi madre cuando Juaco y Jazmín entraron al local.
Los saludé con un gesto que también me hubiera servido para decirle a alguien que no, y hablé con mi madre un rato más.

Marcia es una tatuadora que recibe a un cliente algo raro, Juaco, que quiere tatuarse los párpados para convertirlos en dos pétalos de sangre. Le explica que Sugøkusë significa "piedra parpadeante", y es una danza donde cada persona es un universo y su centro está, justamente, en los párpados.
Juaco debe dominar el arte de parpadear, una técnica creada por un noruego según cuenta, para decidirse a hacer el diseño.
Concurre con frecuencia al local, comienza a grabar distintas partes de su cuerpo. En un momento empieza a llevar a sus chicas, de las que dice estar muy enamorado, y les hace tatuar los mismos diseños que tiene él. Ellas no parecen muy convencidas. 
Este hombre siempre tiene alguna historia para contar, confiesa que se las transmitió un pescador borracho cuando viajó a Noruega.
Como un juego, Marcia tiene que decir una palabra y él empieza a relatar.
Estos cuentos dentro de Sugøkusë no suman información a la historia en sí, pero le dan fuerza al libro. 

Por momentos Juaco me parece un perverso, en otros un dominado, mientras iba leyendo tenía distintos sentimientos sobre este personaje. Me chocaba mucho su personalidad y al avanzar un poco en el relato sentía pena por él.
Marcia es una mujer confundida, atormentada por los recuerdos de un amor que no puede ser. Una historia con una mujer casada que queda en silla de ruedas luego de un accidente donde pierde masa encefálica, la visión de un ojo y le quedan lesiones irreversibles en la médula. 
Marcia siente culpa, procura ayudar al matrimonio económicamente, con una mezcla de amor y lástima. 
De esta historia nacen bellos pasajes poéticos que refrescan, dan aire y conmueven.

A veces la noche tiembla
al tocar una piedra
y un silencio mal elegido
puede dejar sin cauce
todo un río.
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En el amanecer sin gastos
la cruz, solo la cruz
contra el cielo
como una cicatriz del alba.


El final es tremendo, trágico, enorme. 
Se invierten los roles, ahora ella quiere contar su historia, entonces él lee en voz alta de un cuaderno verde, en medio de una situación tétrica. 
Ambos envueltos en este suceso que si bien era de esperar durante toda la novela, sorprende. Así se despiden.
Finalmente Marcia está tatuando un pétalo en el párpado de la última novia de Juaco, Orquídea (novias con nombre de flores). 

Sugøkusë es un libro precioso, no sólo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta el autor. En primera persona, Marcia habla casi en voz baja.
Una danza que se inspira en la roca y tiene su fundamento en la lentitud, dice en la contratapa.
Una prosa que lleva al lector con calma hacia el final, con sensibilidad exquisita.
No es una novela japonesa, casi que no es una novela, es una meditación larga sobre los límites que nos imponemos, nuestra identidad, el amor obsesivo y la compasión.

Me muevo como si caminara sobre pétalos.
Sobre párpados.
Cada vez más despacio.
No sudo. 

¿Bailamos?
Tienen que leer a Sancia.


Sugøkusë 
Martín Sancia Kawamichi.
Evaristo Editorial.



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